lunes, 11 de mayo de 2015

El consumismo extraescolar.

Hola familias,

Con muy buena intención, para que aprovechen el tiempo y se formen de la mejor manera posible, muchos padres cargan a sus hijos con un activismo frenético. La consecuencia es que un buen número de niños funcionan a golpe de agenda y tienen la vida programada al milímetro. La carrera de las extraescolares comienza cuando salen de clase y acaba, a veces, a horas intempestivas. Muchos niños meriendan mientras van a inglés o a música, no llegan a casa hasta la hora de cenar y hacen los deberes por la noche, cuando deberían estar durmiendo.



Uno de los motivos que encontramos para planear el tiempo de esta manera hay que buscarlo en la incompatibilidad del horario laboral y familiar: muchos niños no pueden ir a casa después de las clases, simplemente, porque allí no hay nadie que les pueda atender, en ese caso, la única solución pasa por “tenerlos” en actividades diversas.

Otro motivo cabe rastrearlo en ese afán de formar personas altamente competitivas, perfectamente preparadas para un mundo exigente y agresivo. No es que no haya otras alternativas, sino que ésta es “la mejor”: “cuanto más haga ahora –pensamos–, mejor preparado estará para el futuro”.

Pero hay otro motivo, más oculto quizá, y es que las actividades extraescolares son también una forma de consumismo. No lo son por costar más o menos dinero, aunque algunas de ellas son muy caras, sino porque, depende de cómo las utilicemos, podemos no estar haciendo otra cosa que consumir por consumir inglés, pádel, música, pintura, guitarra, alemán, repasos variados, etc. Para no caer en ese consumismo extraescolar que consume el tiempo libre de nuestros hijos, hemos de tener claros algunos criterios:
  • Diversificar las actividades y tener en cuenta que, si están bien escogidas, les pueden aportar muchos beneficios: intelectuales, físicos, afectivos, sociales…
  • No proyectarnos en ellos. A veces pensamos más en nosotros mismos que en nuestros hijos y en vez de buscar su bien queremos que “nos dejen bien”.
  • Dejar huecos en su horario para que puedan disfrutar con nosotros, con sus amigos, sus abuelos… Que cada día tengan por lo menos un rato libre.
  • Atender a posibles síntomas de estrés, como los tics, trastornos del sueño, dolor de cabeza o de tripa, pérdida de apetito… Generalmente el estrés por sobrecarga de actividades se produce en hijos dóciles que no se rebelan sino que aceptan con gusto las actividades que les proponemos.
  • Ponernos en su lugar. Muchas veces no nos damos cuenta de lo agotadora y estresante que puede llegar a ser la jornada “laboral” de nuestros hijos, entre la escuela, los deberes y las actividades extraescolares.
  • Cuidar que las actividades que hagan no les roben tiempo valioso de estudio, descanso, diversión, sino de esa inútil ociosidad que les planta ante el televisor, el móvil, el ordenador o los videojuegos.
  • Contar con su opinión para elegir las actividades extraescolares.
  • No caer en el error de que todos los hijos hagan lo mismo. Hacer fútbol porque lo hace el mayor puede ser una razón sólo avalada por la comodidad, quizá si su hermano hace fútbol, lo que justamente él necesita es hacer otra cosa.
  • No cambiar de actividad por capricho: lo que se empieza se acaba.
  • Procurar que estén ocupados, no agobiados. La desocupación produce hastío; el agobio, nerviosismo, ansiedad y estrés.
  • Dar ejemplo. Si no sabemos qué hacer con nuestro tiempo, no podemos gestionar el de nuestros hijos.          
 

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